El nombre de Jesús tiene un magnetismo amoroso especial. Nos recuerda su presencia viva resucitada y resucitadora en medio de nosotros… cada vez que lo nombramos, decimos su nombre, lo hacemos presente, o, mejor dicho, nos despertamos a esta realidad que nos habita y trasciende.
«El amor es el secreto de Dios. Delante a Él no existe el grande, el pequeño, lo mucho, lo poco, solo el amor» (padre Luis M. Faccenda)
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