La entrega total de nuestras vidas a María, la Madre de Dios, es la base de nuestra espiritualidad.
Comenzamos cada día con esta voluntad, esta decisión, este acto interior, esta oración: “Virgen Inmaculada, te recibo como don de Jesús desde la Cruz y me entrego totalmente a ti”. Es nuestro carisma, o sea el don especial que recibimos de Dios.
Antes de morir en la Cruz, Jesús nos dejó a su propia Madre como Madre de la humanidad y nos la entregó a cada uno, tal como lo relata el Evangelio según san Juan. (Jn, 19-,26)
«Mujer,aquí tienes a tu hijo». «Aquí tienes a tu madre».
Era el momento culminante de la donación de amor de Jesús para la salvación del mundo: por eso al recibir esta Palabra nos sentimos llamados a expresarla en nuestro ser, en nuestro estilo de vida y con nuestro testimonio y acción para el bien de los demás.
Expresamos nuestra pertenencia a María en nuestro mismo ser: la entrega recíproca nos va transformando interiormente, de modo constante y gradual. Nuestra meta, nuestro ideal es ser María. Nadie mejor que Ella vivió de Dios y para Dios.
“El culto a Dios sincero y humilde no lleva a la discriminación, al odio y la violencia, sino al respeto de la sacralidad de la vida, al respeto de la dignidad y la libertad de los demás, y al compromiso amoroso por todos” (FT 283)
Ni la religión, ni la raza, ni el dinero, ni el poder nos deben hacer olvidar que todos, sin distinción, salimos de la mano del Dios bueno que nos ha creado...
El acontecimiento tuvo lugar el 27 de noviembre de 1830, en París, en Rue de Bac, la Virgen Santísima se le apareció a Santa Catalina Labouré.
En cada momento de mi vida, me orienta, me ilumina, sin duda llevándome a encontrarme con Jesús
Virgen Inmaculada, te entrego todo lo que tengo, todo lo que amo, todo lo que soy
Para quien desea poner su vida en las manos de María tenemos previsto un itinerario de preparación en nuestros Centros.